Dejalo que suba: 200 golpes de jamón serrano, Garzón y Otero en el Chacarerean

Marina Otero en 200 golpes de jamón serrano. Foto: Matías Kedak.

No paran. De principio a fin, un golpe atrás del otro, hasta contar quién sabe si 200 (¿quién puede llevar la cuenta entre tanto fiambre?). Más que por velocidad o desenfreno, el vértigo se siente en lo cerrado de la curva que une lo banal con lo sagrado. Y si todo volcase, ¿dónde caería?

Como una ficción no es una mentira, a ese efecto centrífugo que parece capaz de sacar de órbita la representación no le vamos a llamar "realidad", no le vamos a llamar "verdad" ni, mucho menos, "vida". La anécdota comprometedora, el testimonio lagrimeante, el tras bambalinas y el entre arrugas que acerca la cámara en mano están bien lejos de ser un fragmento de algo preexistente que se ofrece cándido, casi idéntico a su existencia fuera del escenario. "Actuar de verdad" es actuar, verdaderamente y sin abolir, aunque se lo evidencie, el artificio que configura la escena. Los 200, golpes más, golpes menos, son obra y arte de un trompe l'oeil ejecutado con un pulso de temblor maestro.

Gustavo Garzón en 200 golpes de jamón serrano. Foto: Matías Kedak.

Difícil no comparar, y quién dijo que son odiosas. La primera obra de Marina Otero, Recordar 30 años para vivir 65 minutos, reunía escenas yuxtapuestas que relataban una historia anónima por voz de un personaje primerizo, en construcción, que saltaba entre las vigas de los diversos nombres que iba vistiendo: Andrea, Marina, Yo (en pasado, en presente). En 200 golpes de jamón serrano, Gustavo Garzón es uno y el mismo: del fractal que era Marina en sus diversas encarnaciones pasamos a una hilvanadísima diversidad dada por la destreza profesional de un actor polifacético, cuyo nombre viene asociado a una línea de tiempo publicada en revistas del corazón y emitida en los programas de chimentos. Su voz, entrenada en las técnicas de hacer vivir lo ya escrito, pone en primera persona lo que se rumoreó del único modo posible: a sus espaldas; y relata escenas desconocidas de hechos públicos. Llore o truene, permanece él, el Gustavo Garzón que a sabiendas fuimos a ver. A Marina, en cambio, no la conocíamos antes de Recordar... y no sabemos si la conocimos después, porque no sabemos si sigue existiendo fuera de escena. Vuelta de tuerca, entonces, al juego de espejos de la primera persona en una obra interpretada, escrita y dirigida por Yo(es).

Hilvanadísima diversidad, decía, porque la dramaturgia no es ya la del edredón de retales que hace silencio entre un parche y otro para que veamos por dónde pasaría el frío si fuese de noche. Las escenas de los 200 se sacuden entre subidas y bajadas de una cama hecha para parecer deshecha, revuelta, con las sábanas hasta un poco sucias. Ayudadas por el vértigo del subibaja y su envión, las escenas se cosen sin fisuras con los hilos de los pasajes autorreferenciales, de la autocrítica devastadora, del ensalzamiento de eso que suele olvidarse por elección: los fracasos, los errores, las tristezas, siempre más personales que el éxito y la alegría, tan universales y sin pligues.

Federico Barale, Gustavo Garzón y Marina Otero en 200 golpes de jamón serrano. Foto: Matías Kedak.

Como un choque suave contra el guarrail, esas tristezas hacen de freno a la aceleración constante, y en esta la cámara me acompaña: no solo como ventana a lo distante o como acceso al detalle de un gesto, sino también como médium de una presencia fantasmal conjurada por la omnipotente primera persona, por una voz que dice Yo en nombre de una ausente de este mundo, la voz de una presencia retirada del escenario, habitante del más allá, en el camarín solo accesible gracias al velo luminoso que le hace frente al proyector.

Las palmas se humedecen o se golpean cuando la cercanía amenaza. Los que son ahí parecen ser los que son cuando no están ahí, cuando no hacen eso que hacen. Pero pensemos de nuevo, cuando se hayan calmado los músculos de salir corriendo (sea para huir o para treparse por la escalerita hasta las tablas): no asistimos a una verdad, no experimentamos el germen revolucionario que reunirá arte y vida. Disfrutamos, temimos, o transpiramos por momentos un poco, un buen espectáculo. Una buena obra que nos esperaba, que se preparó para nuestra llegada. Y si un poder radica en ella, ese es el de todo lo que se supo y se hizo para poder alistarla, toda la inteligencia y el trabajo dedicados, y eso lo agradecemos con mil aplausos de jamón.

Gustavo Garzón en 200 golpes de jamón serrano. Foto: Matías Kedak.

200 GOLPES DE JAMÓN SERRANO 

Dramaturgia: Marina Otero 
Texto: Gustavo Garzón, Marina Otero
Actúan: Gustavo Garzón, Marina Otero
Diseño de vestuario: Endi Ruiz
Diseño de espacio: Mirella Hoijman
Diseño de luces: Adrian Grimozzi
Realización de escenografía: Los Escuderos
Músico En Escena: Federico Barale
Música original: Federico Barale
Cámara En Vivo: Federico Barale
Fotografía: Candelaria Frías, Andrés Manrique
Diseño gráfico: Sergio Calvo
Asistencia coreográfica: Ivan Haidar
Asistencia de escenario: Agustina Barzola Würth, Lucia Giannoni
Asesoramiento artístico: Juan Pablo Gómez
Asistencia de escenografía: Camila Perez 
Asistencia de vestuario: Luisa Vega
Asistencia de dirección: Agustina Barzola Würth, Lucia Giannoni
Prensa: Francisco Cerdan
Producción ejecutiva: Marina D'Lucca
Dirección de fotografía: Franco Palazzo
Dirección: Marina Otero

Entradas: Alternativa teatral // Plateanet
Sitio web de la obra: https://200golpesdejamonse.wixsite.com/marinaotero/

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