Recordar 30 años para vivir 65 minutos


Recordar 30 años para vivir 65 minutos funciona como un alambique, no solo porque haya una cierta ebriedad involucrada (la ebriedad de la escena y la que decanta sobre el público al seguir el hilo onírico de que liga a todos esos minutos), sino más bien por su funcionamiento interno. Normalmente, el que se sienta en la butaca ve la bebida cayendo en el vaso, pero Recordar... ejerce un poder de succión que lo chupa hasta el interior del mecanismo y lo deja dando vueltas allí antes de ayudarlo a decantar en el final.

A la primera rotonda autobiográfica del alambique creativo, esta obra suma un segundo pliegue: la pregunta por su propia condición autobiográfica. Es improcedente sospechar un componente personal en el texto, porque ya fue declarado, e incluso es un poco estrecho de miras el observar la posibilidad de que ese pretendido caracter autobiográfico sea en verdad ficticio: ahora la pregunta es "¿por qué es importante preguntarnos todo esto?"

Como resultado, se destilan dos derivas posibles: una, dejar todo de lado y disfrutar de la obra, tomando como realidad lo que convenga y como ficción lo que plazca -una opción tentadora, sin dudas, porque el paseo por este espiral de humores surrealistas se lleva solito, sin necesidad de remar para llegar al vaso-, o, dos, ponerse a considerar (esto, preferentemente, después de pasados los 65 minutos, para no distraerse del paisaje) en qué medida es relevante que la obra sea más o menos autobiográfica. En otras palabras, y considerando que el mundo ya está razonablemente de acuerdo en que toda escritura es autobiográfica y que toda escritura autobiográfica es ficcionalizada (e incluso se dice que hay teatralidad en la vida cotidiana, ¡que ponemos en escena las acciones más pueriles!) cabe preguntarse ¿qué importa que sea verdad o mentira?

Y, sin embargo, importa. Importa, no como el estandarte en una cacería de brujas en pos del discernimiento entre vida y ficción, sino como guiño enunciativo: se siente diferente, se percibe de otro modo que el personaje se llame igual que el creador o no, que hable en primera persona o no, que muestre videos y fotos como registro de las escenas que relata o no. Importa y, en el constante espiral de declaración y cuestionamiento de su carácter autobiográfico, la obra muestra algo más, se desnuda un poco más a sí misma: con la cabeza dando vueltas, cada vez a mayor velocidad, lo que se hace claro de un momento a otro es algo que ya sabíamos, pero que a veces nos gusta olvidar: que lo único que mantiene separada a Marina personaje de Marina persona es que atravesamos la puerta de la sala y todos estamos de acuerdo en que lo que pasa de este lado tiene una entidad diferente de lo que pasa del otro lado, y que mañana, cuando Marina persona sienta el dolor y el cansancio que Marina personaje se inflingió, será por pura alquimia de la destilación.

Igual, tal vez nada de esto importe tanto como que buenos ingredientes hacen una buena bebida y este paseo alambicado elabora escenas extraordinarias (en el doble sentido de raro y bonito), pasajes complejos de corte artesanal, momentos de sinceridad universal, risas inevitables, quizás una lágrima para los blandengues de cuore. De esta receta impensada de ingredientes alucinógenos que habitan en la caldera mental de alguien (llamémosla Marina, para simplificar) sale un viaje giratorio que puede marear, pero que al decantar en su vaso final deja una cosa clara: la diferencia entre ser común y no serlo no es un ser, es un hacer.

Entrevista con Marina Otero para Revista Revol >> http://bit.ly/1i9RYlN

Recordar 30 años para vivir 65 minutos

De, con y donde: Marina Otero et. al.
El excéntrico de la 18, Lerma 420 (CABA).
Viernes 22 hs.
Entrada: $150

Entradas populares

Imagen

Una de vampiros