Hablar la danza

Poner en palabras algunas experiencias es difícil. Como el oído para la música, la lengua para la danza se entrena. ¿Por qué la danza necesita palabras? (Y aquí estamos en el plano de la plena opinión.) Porque las experiencias se enriquecen cuando se las habla y las ideas se complejizan. La palabra para la danza es otro escenario, otro espacio donde seguir creciendo y ser compartida. Obra que no sube al escenario, no crece y no se da a conocer. Obra que no se habla, tampoco.

El habla es recurrente: poner en palabras las experiencias permite enlazarlas entre sí, permite una continuidad, hace posible establecer semejanzas y diferencias, formar una constelación de lo experimentado y darle sentido (que no es mensaje y no es argumento). No es la obra individual la que puede adquirir sentido sino ella misma en relación con otras obras y para ligarla es útil la palabra. Crear familias, generar un horizonte de expectativas, una capacidad de acercarse con un bagaje creciente a cada obra y significarla. Un espectador que puede hablar de lo que ve forma público.

Luego, está la socialización: no hay boca en boca si no hay palabra, no hay recomendación posible si no se puede argumentar el gusto por una obra. Desde ya, no hay crítica si no hay palabra. No hay siquiera una mera descripción de obra. Sin todo eso tampoco hay público, y si no hay público, puede que en muchos casos no haya obra, o la haya durante un tiempo breve y fugaz que no alcanza para que crezca y se desarrolle.

Por eso creo en hablar la danza.

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