Anatomía de una relación

Ella viene del bosque, distraída con un paisaje que imagina distante, pero que cuelga a un centímetro de su rostro. Él está cerca, pero muy lejos de ese mundo (pictórico o literario) que ella recorre hacia un lado y hacia el otro, de frente y de espalda, en dos dimensiones.
Él está en perspectiva; ensaya un estudio anatómico con su fémur y el de alguien más, rueda solitario por un suelo acético, bajo una luz blanca, hasta que se encuentra con ella y entablan un diálogo. Primero, es una conversación amorosa: la cabeza de ella sobre el hombro de él, las sonrisas cómplices, los accesos de alegría y otras picardías con la frescura de un amor joven.

Luego se vuelven a distanciar, más que antes, cuando se ignoraban. Ahora uno observa al otro, lo obliga, lo sodomiza. Nunca han estado tan lejos, transformados en seres de distinta especie, tentados por la fruta del poder del uno sobre el otro, capaces de confundir un fémur con un leño y cortar.

Pero ella está bien. Ya lo dijo él al principio y lo repite para sí; está bien. Se conocen tanto que pueden hablar horas sin decir una palabra, e irse lejos hacia un bosque más real, forrado de otoño, en el que los árboles son los otros; pueden volver sin desconocerse y seguir el hilo de una coreografía con anatomías bien dispares para, aún así, hacer dúo; parece que saben bien hasta dónde empujar, hasta dónde tirar, antes de que se rompa algo.

ANATOMÍA DE UNA RELACIÓN

Coreografía e interpretación: Gabriela Prado y Jorge Martínez

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