Los ignorantes



Él está igual que hace treinta años. Ella tiene algunas arrugas, pero se mantiene bien. El reencuentro es diagonal, oblicuo, tangencial, asimétrico. Como la como la ubicación de ellos en el espacio, ella un poquito más atrás, él un poquito más a la izquierda, nunca en una línea que les permita encontrarse fácilmente, siempre con toda esa habitación, o ese aeropuerto, o todo ese universo que es la escena por delante antes de poder tocarse.


La diagonal que los separa también les da algo de privacidad, les permite auscultar una caja de recuerdos, o removerlos en la mente. El remolino que arman les baja por el pecho y les toma la cadera hasta las rodillas. Turbulencias de un viaje en el tiempo en un vuelo de cabotaje, de esos que te levanta un poco los pies del suelo, pero cuando ya sentís que tocás el cielo con las manos, hay que volver a ponerlos en la tierra.

Con el público como testigo, Irena recrea su pasado con José, lo cuenta tal y como lo recuerda, en detalle, y por momentos es tan vívido que hasta parece que la voz de él llevara la marcha de esa historia. El reencuentro se consuma finalmente, por un rato. Los recuerdos le dan vida, lo construyen con ayuda de unas pócimas centenarias (que, como todo veneno, llega en frasco pequeño), inventan bastante, son un poco mentirosos; una mentira blanca, una ficción.

Nadie puede estar igual que hace treinta años. Algo evidentemente se escapa, alguien está olvidando algo, o no recordándolo, o recordándolo mal. Alguien debe estar pensando que el otro piensa algo distinto. A Irena le molesta su nombre, aunque hay que reconocerle que es muy difícil de olvidar.

LOS IGNORANTES

Dramaturgia y dirección: Ana Laura Suárez Cassino
Actúan: Cecilia Colombo y Nicolás Serraiti 

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