Funes - La Santa Fé


Funes - La Santa Fé - acoge personajes que, de tan exhaustos, ya ni siquiera son personajes. Cansados de la miseria, colgados de recuerdos de años mejores y de ilusiones sobre otros mundos posibles (claro, también mejores), ya apenas pueden mantenerse en pie.

Como constructos, son más bien estados de ánimo antes que personajes. Como criaturas de acción dramática, son apenas unas marionetas que, en un espasmo de risallanto, se chocan las cabezas y se enredan en una luchajuego de la que salen un poco más deshechos, como si eso hubiera sido posible.

Son payasos tristes y en esa clave se construye su mundo. En el afuera de los bailes y de las peñas, los placeres que aguardan bastan para recordar una antigua sensación de alegría que se destiñe por la imperfección de las promesas, por los colores apagados de las fiestas que describen, apenas dignas de recibir tal nombre.

Una sombra los cubre y los mantiene inmóviles, incapaces de mirar a los ojos su propia realidad, tal es el horror que les provoca, pero impedidos también de huir, de continuar con ese itinerario que añoran, con ese camino truncado por un incidente que se revela lágrima a lágrima, carcajada a carcajada, a lo largo de la obra.

¿Es eso verdaderamente lo que los retiene? Parecería que no, que un compañero caído o la culpa ante la idea de abandonarlo no son sus principales áncoras. Parecería que, rotas ya por fuera y por dentro, estas cuatro marionetas no saben vivir lejos de la nube de la desgracia que los cobija. O, acaso, ¿cuándo han estado bien?

Los personajes ciertamente no llegan a completarse: suspendidos en un mundo de miseria, donde la acción se declara imposible, permanecen en su condición de materia poética y sensorial. Así como su vivienda recibe un corte transversal para que la audiencia pueda echar un vistazo pleno a su universo, los cuerpos que se mueven dentro también han sido seccionados para mostrar algunas de las muchas capas que culminarían el tallado de su existencia.

Una anécdota por aquí dibuja un pasado biográfico, una pose por allá alerta sobre un rasgo de personalidad, pero lo que salta a la tercera dimensión es siempre la dialéctica del sentimiento opresivo y el grito desesperado que se enredan en el pecho y en las vísceras (y en el espacio) de estos seres. Ellos, demasiado ocupados batallando contra sus circunstancias, olvidan el imperativo de establecer entre sí lógicas relacionales que, por oposición, terminen de constituirlos.

En un estado de risallanto permanente, no es difícil desorientarse: el sostenido lamento, que amenaza con enviar al espectador volando de un empujón hasta el fondo de la sala, logra traerlo nuevamente bien cerquita en momentos de una intimidad punzante. El dolor hecho absurdo, intolerable ya para víctimas y testigos, es repentinamente investido de una humanidad que refulge, auténtica, contra ese fondo de sonrisas tristes.

El final llega con una sensación de carencia: el misterio se ha revelado, pero no revestía la importancia de un hilo conductor a la manera de una línea argumental. Era apenas una excusa para el estado de estos cuatro infelices que, en lo más hondo de su pena, parecen haber encontrado un extremo del cual tirar para develar el sentido de sus vidas y ponerse en movimiento. Y esa es la línea que apaga las luces.

FUNES - LA SANTA FÉ -

Actuación: Carla Appella, Julian Bloch, Fernando De Rosa y Jerónimo Vélez Funes
Iluminación: Miguel Madrid
Vestuario: Paola Delgado
Escenografía: Funes -La Santa Fé -
Fotografía: Emilio Gutierrez
Prensa: Correydile
Autoría: Funes -La Santa Fé -
​Dirección: Ariel Sáenz Tejeira

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