Solos al baile

Solos al baile transcurre en la ciudad moderna. ¿Dónde, si no, es posible estar solos y rodeados de la multitud? Entre las caminatas aceleradas, dos se mueven lentamente. ¿Quiénes están solos? Todos ellos y ninguno.

Las pelotitas que salpican errantes el fondo de la escena anuncian la dispersión. El baile se diversifica en dos planos: en el primero de ellos, es el placer solitario en la intimidad del hogar. También es el encuentro de dos que se buscan, un encuentro romántico o erótico. También es destreza, demostración de virtuosismo y atrevimiento, acaso entretenimiento. También es competencia, juego y batalla para ganar.

En el otro plano, es las muchas resultantes de las combinaciones posibles entre cuerpos diferentes. Alturas, formas, formaciones, todas diversas, intercambian pareja y de cada encuentro surge algo único, algo que ninguna otra combinación de cuerpos puede lograr, por más que se parezcan.

Todo empezó en una milonga que suena a Barroco tardío. En las milongas, un cuerpo lleva al otro, pero en esta milonga en particular, los dos se llevan y se traen entre sí, y llevan a los espectadores.

Como en muchas casas, en la Casa Nacional del Bicentenario tenemos una sobremesa para charlar con los bailarines y la coreógrafa, Gabriela Prado. Aunque tímidas, las palabras sobre la experiencia llegan y son bienvenidas. Uno de los espectadores dice algo maravilloso (y si se identifica a sí mismo en este texto, que por favor me avise para agradecerle especialmente): las pelotitas que emergen del movimiento de un vestido permiten leer una multitud y unos compañeros de baile que también surgen del movimiento de una mente. Al fin y al cabo, nos relacionamos con los demás solo si podemos imaginarlos, creer que los conocemos y los entendemos. Creer que podemos llevarlos y dejarnos llevar. Por eso, siempre vamos solos al baile.


SOLOS AL BAILE

Dirección: Gabriela Prado

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